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viernes, 12 de abril de 2013

El guardián oscuro



Las grabaciones fueron una contienda personal contra el olvido. Hace tiempo descubrí que ese es el miedo capital de los hombres.  No se teme a la muerte, si no a la indiferencia absoluta e irreparable que supone el olvido. También eran la última oportunidad de conocer su secreto. Mi tía se sumió de repente en el sueño comatoso que precede a la muerte sin que ninguno de sus parientes tuviéramos la oportunidad de rescatar su pasado. Siempre fue una mujer callada. Eso decían.

Después su comportamiento la convertiría en misteriosa. Eso decían mi madre y sus hermanas,  que se  habían quedado, casado y encerrado en la seguridad de su destino. Las que no comprendieron que su hermana se fuera. O más bien que desapareciera de repente. Aunque esa no fue la rareza más destacable de mi tía. Lo verdaderamente desconcertante fue que un día, al cabo de veinte años, volvió. Y sin dar explicaciones reprendió la vida justo donde la había dejado. Cenando  a la misma hora, durmiendo en la misma cama, ocupando la silla azul de la cocina que ladeaba para que la ventana le quedara de frente. Nadie le preguntó nada. Soplaba el café y miraba hacia fuera.

Se colocó en el hueco exacto que había dejado al marcharse, pero aunque nadie se dio cuenta no era la misma. Solo yo reparé en que había vuelto sin sombra. En que ya nada le protegía la espalda. Sin el Guardián Oscuro yo sabía que su alma quedaba a merced  de cualquier murmullo.  Y en aquel tiempo los rumores tenían fauces de fiera. Así fue como, sin que nadie supiera porque, el pelo se le volvió lacio, le fueron menguando las carnes,  los labios se le afilaron y el tono de voz le quedó en un susurro.   Solo hablaba conmigo, a ratos, usando palabras breves. Por eso cuando cayó en coma quise quedarme a su lado, por si quería explicarme algo más.

Instalé la grabadora junto a su cama y todo quedó registrado.

Pero no voy a dejar que escuchen sus recuerdos.

Me han asignado a mí su custodia.  

Y su sombra.

Miss Plumtree